lunes, 21 de junio de 2010

Epicuro y la Ética

En su concepción ética, Epicuro defiende el hedonismo, y sostiene que el fin de la vida humana es el placer, pero no se trata del placer puramente material, sino que es más bien de índole espiritual y afectivo y, por tanto, tranquilo y duradero. Las numerosas críticas a las que fue sometido el epicureísmo y las grandes deformaciones ideológicas a las que se vio sometido, muestran el inmenso grado de agresividad que provocaron sus ideas, por lo que éstas fueron deformadas hasta la caricatura por parte de sus enemigos, en uno de los más grandes movimientos de falsificación y manipulación intelectual de toda la historia de las ideas. Así, se le acusó de libertino y de vivir como los cerdos, preocupado solamente de los placeres sensuales. Sin embargo, para Epicuro, el auténtico placer sólo se alcanza cuando se consigue la autarquía, el pleno dominio de uno mismo, de los propios deseos y afecciones. Pero, esta autarquía no es entendida por Epicuro como un estado de completa insensibilidad y eliminación de todas las pasiones, como preconizaban los estoicos, sino que es la eliminación de los obstáculos que se oponen a la felicidad: los temores y las preocupaciones, las penas y los dolores. El sabio será aquél que conozca las verdaderas necesidades, que deben reducirse a lo indispensable para que no nos inquieten los deseos de poseer más, ya que el verdadero placer no se halla en los bienes materiales, sino en el saber y la amistad. El cuidado de estos bienes, así como la consecución de los placeres, producen la ataraxia, es decir, la serenidad y el equilibrio del ánimo. Los placeres materiales deben saber dosificarse y han de ordenarse en función de los placeres espirituales, que son de mayor valía. Con ello, se eliminan los otros dos obstáculos que impiden la felicidad: la búsqueda desordenada de placeres y el miedo al dolor.

A propósito de Kant.

“En cambio, el único problema que necesita solución es, sin duda alguna, el de cómo sea posible el imperativo de la moralidad, porque éste no es hipotético y, por tanto, la necesidad representada objetivamente no puede asentarse en ninguna suposición previa, como en los imperativos hipotéticos. Sólo que no debe perderse de vista que no existe ejemplo alguno y, por tanto, manera alguna de decidir empíricamente si hay semejante imperativo; precisa recelar siempre que todos los que parecen categóricos puedan ser ocultamente hipotéticos. Así, por ejemplo, cuando se dice: “no debes prometer falsamente”, y se admite que la necesidad de tal omisión no es un mero consejo encaminado a evitar un mal mayor, como sería si se dijese: “no debes prometer falsamente, no vayas a perder tu crédito al ser descubierto”, sino que se afirma que una acción de esta especie tiene que considerarse como mala en sí misma, entonces es categórico el imperativo de la prohibición. Mas no se puede en ningún ejemplo mostrar con seguridad que la voluntad aquí se determina sin ningún otro motor y sólo por la ley, aunque así lo parezca, pues siempre es posible que en secreto tenga influjo sobre la voluntad el temor de la vergüenza, o acaso también el recelo oscuro de otros peligros. ¿Quien puede demostrar la no existencia de una causa, por la experiencia, cuando ésta no nos enseña nada más sino que no percibimos la tal causa?”

I. Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Capítulo segundo. Ed. Espasa-Calpe, Colección Austral, Madrid